viernes, 24 de octubre de 2014

MANÍAS DE ALGUNOS ESCRITORES


  • Thomas Mann era tan obsesivo con los personajes que creaba para sus novelas que incluso se imaginaba cómo podría ser su firma. Luego también le leía lo escrito a toda su familia y les pedía consejos. 
  • Gabriel García Márquez necesitaba estar en una habitación con una temperatura determinada. Debía tener en su mesa una flor amarilla, de lo contrario no se sentaba a escribir. Y siempre lo hacía descalzo. Si no estaba inspirado, no escribía absolutamente nada.
  • John Steinbeck trabajaba con lápiz, pero tenían que ser lápices redondos para que las aristas no se le clavaran en los dedos.
  • Mario Vargas Llosa, que empieza la escritura a las 7 de la mañana, tiene un orden casi obsesivo, los libros de su biblioteca están ordenados por motivos curiosos: por tamaño, por países… y se rodea de figuras de hipopótamos de todas clases.
  • Norman Mailer siguió un sistema de trabajo muy rígido a la hora de ponerse a escribir Los desnudos y los muertos: sólo trabajaba 4 días a la semana: lunes, martes, jueves y viernes.
  • Saramago sólo escribía dos folios por día, y ni una línea más.
  • Haruki Murakami se levanta a las 4 de la mañana, trabaja 6 horas. Por la tarde corre 10 km o nada 1.500 m, lee, escucha música y se va a la cama a las 9. Sigue esa rutina sin ninguna variación. Dice que termina siendo una especie de hipnosis, que le permite alcanzar un profundo estado mental.
  • Henry Miller tenía manía a la comodidad. Para él la incomodidad era el acicate de la imaginación. Trabajar incómodo era la mejor forma de escribir algo potable.
  • Mario Benedetti, a sus más de ochenta años, procuraba a veces llegar a sus citas con antelación y así aprovechar ese tiempo para trabajar.
  • Antonio Tabucchi sólo escribe en cuadernos escolares.
  • Carmen Martín Gaite, cuya última enfermedad no le dejó concluir su novela Los parentescos, murió abrazada a sus cuadernos.
  • Neruda lo hacía con tinta verde.
  • John Updike, si estaba atravesando un bloqueo literario, pensaba en el futuro: ¿cómo quedaría su libro en los anaqueles de una biblioteca pública? Se lo imaginaba con todo lujo de detalles y entonces encontraba nuevas energías para ponerse a escribir.
  • Borges se metía en la bañera por la mañana y meditaba sobre si lo que había soñado valdría para un poema o relato.
  • Jorge Edwards aprovecha cualquier papel que lleve encima, desde una servilleta del bar hasta un recibo de la lavandería, para tomar nota de sus ideas en los momentos más insospechados.
  • Isabel Allende hace conjuros antes de ponerse a escribir. Tiene fetiches y comienza siempre sus novelas el 8 de Enero. Al empezar a escribir, enciende una vela. Cuando la vela se apaga, deja de escribir, esté por donde esté. Lo deja todo.
  •  Hemingway también tenía otro fetiche: escribía con una pata de conejo raída en el bolsillo.
  • Michael Chrichton era tan obsesivo con su trabajo que, cuando no estaba escribiendo, su cabeza estaba pensando en el libro. No en vano se casó 5 veces, y una de sus mujeres, Anne-Marie Martin, declaró: Era como vivir con un cuerpo inerte. Michael estaba siempre en otra parte.
  • Isaac Asimov trabajaba 8 horas al día, 7 días a la semana. No descansaba ningún festivo o fin de semana, y su horario era intocable. Cuando estaba dedicado a escribir, su media era de 35 páginas al día. No le gustaba revisar más de una vez sus escritos, porque lo consideraba una pérdida de tiempo.

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