Tranquilos ojos oscuros. Un hombrecillo estúpido, de rostro delgado, con grandes orejas separadas. Con una gorra blanca, vestido con una tela blanca áspera, descalzo. Come arroz, fruta, bebe solo agua, duerme en el suelo, duerme poco, trabaja constantemente. Su cuerpo no parece importar. Nada llama la atención en él, al principio, sino una expresión de gran paciencia y gran amor. Pearson, que lo vio en 1913, en Sudáfrica, pensó en Francisco de Asís.
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